- lunes 8:00–20:00
- martes 8:00–20:00
- miércoles 8:00–20:00
- jueves 8:00–20:00
- viernes 8:00–20:00
- sábado 8:00–14:00
- domingo Cerrado
Excelente cafe en el centro de Miraflores, y el ambiente perfecto para juegos de mesa, o para hacer home office. Gracias Javier por la mejor atención siempre!!!
Excelente atención, muy buena música y precios comodos.
El caprese delicioso y el Americano impecable.
100% recomendable.
Buen café a precio justo, como para relajar un rato después del trabajo. También hacen eventos de juegos de mesa y DND.
Es posible —y quizás inevitable— que ciertos lugares contengan no solo espacio y tiempo, sino también una suerte de eternidad circular, ajena a la razón y hospedera de lo improbable. Tal es el caso del Café de Javier, oculto entre calles cuyo trazado parece variar según la hora del día o el estado del alma del caminante.
El café —si ese nombre basta para designarlo— es más que un recinto donde se expenden alimentos: es una intersección de destinos, un punto fijo en el mapa movedizo del deseo humano. A quienes lo han visitado, les ha sido difícil regresar a una existencia previa, como si hubieran cruzado un umbral invisible.
Allí, entre luces tibias y murmullos que nunca provienen de una boca visible, se sirve un pan con pollo cuya fórmula, según rumores, fue dictada en sueños a Javier por una voz que hablaba en un idioma extinto. No es pan ni es pollo: es la memoria de un hogar nunca conocido, la restauración de algo perdido en la infancia del mundo. Hay quien ha llorado al probarlo, y hay quien no ha vuelto a hablar de él.
Pero son los bubble teas —esos vasos donde la física se disuelve en néctares de otro orden— los que constituyen el enigma mayor. Se ofrecen en sabores cuyos nombres no figuran en diccionario alguno. Algunos clientes aseguran haber recordado vidas pasadas al beber el de durazno y lavanda; otros, haber entrevisto un pasaje de su futuro en el fondo de uno de guayaba con hibisco. Yo mismo probé uno, una vez, y desde entonces, cada espejo me devuelve un rostro ligeramente distinto.
Al lado del café, delimitada por la sombra más que por muros, yace una tienda asiática que no envejece ni se abre ni se clausura. Dentro, los objetos no se deterioran. Parecen aguardarte. Nadie recuerda haber visto entrar o salir a persona alguna. Sin embargo, todas las noches, una tenue campana suena una única vez. El filósofo Yñiguez —hombre excéntrico y olvidado— sostenía que allí se vendía el tiempo, pero que nadie podía pagar su precio.
Javier, el hombre, permanece sereno. Atiende con cortesía, como si supiera algo que nosotros no. Sus palabras son precisas, sus silencios más aún. No lleva reloj. No firma recibos. En su pared cuelga una fotografía de una ciudad que no existe, tomada desde un ángulo imposible.
El Café de Javier no es un sitio: es una metáfora recurrente en el sueño de una ciudad que tal vez ya no existe, o que ha comenzado a soñar con nosotros. Ignorarlo es fácil. Comprenderlo, tal vez un error.
Queda a usted, lector, la decisión de ir.
O de aceptar que, de algún modo, ya ha estado allí.
Muy buen café y excelente atención. 100% recomendado!