Ficha de la pieza
- Fecha de publicación: 11 de diciembre de 1989
- Páginas: 4
- Lugar de publicación: Lima, Perú
- ISSN: 0252-1865
- ISSN-e: 2223-1757
Descripción general
El texto analiza de manera crítica y sistemática la obra de Carlos Iván Degregori, El surgimiento de Sendero Luminoso. Ayacucho 1969-1979, publicada por el Instituto de Estudios Peruanos en 1990.
Presenta estructura, tesis y observaciones interpretativas —un formato típico de reseña en publicaciones académicas.
Su tono es analítico, no periodístico: contextualiza el libro, discute su metodología y evalúa sus conclusiones, lo que la diferencia de una simple nota o comentario.
Texto íntegro
Reseña
El surgimiento de Sendero Luminoso. Ayacucho 1969-1979. Carlos Iván Degregori; IEP, Lima, 1990, pp. 270.
La fragua de Sendero. A mediados de 1969 el gobierno militar sorprendía al país con la puesta en marcha de varias reformas inusitadamente radicales y con un discurso agresivamente antimperialista y antioligárquico. De pronto, un movimiento social convulsionó a Ayacucho: reclamaba la plena vigencia de la gratuidad de la enseñanza. Lo protagonizaron los estudiantes de Huanta y Huamanga, pero a su lado se movilizó casi todo el pueblo de ambas localidades. La represión policial, como es la costumbre, fue desmesuradamente violenta y, aparte de hechos más luctuosos, fueron detenidos varios personajes. Entre ellos estaba el profesor universitario Abimael Guzmán Reinoso, el mismo que, una década después, lideró el ingreso de Sendero Luminoso a la lucha armada.
El libro que reseñamos da cuenta de estos sucesos y, según su autor, pretende explicar, primero, por qué fue tan intensa en Ayacucho la respuesta popular al decreto que recortaba la gratuidad de la enseñanza y, segundo, cuáles fueron las especificidades regionales que hicieron posible el surgimiento de Sendero Luminoso en esa parte del país.
Un esquema clásico en la historia de las revoluciones es el que comienza por la descripción del escenario, prosigue con la presentación de los protagonistas y culmina con la exposición y el análisis de los acontecimientos. En este caso no se trata, evidentemente, de una revolución, pero Carlos Iván Degregori (CID) utiliza un esquema análogo.
Comienza por el escenario regional: Ayacucho no tuvo productos interesantes para el capitalismo emergente en las primeras décadas del presente siglo; no tuvo cómo establecer un vínculo consistente entre la economía de la región y los flujos mercantiles que más bien enlazaron y fortalecieron a otros polos de desarrollo a los cuales se subordinó. Ante las desventajas propias de esta situación, los latifundistas, cuando no emigraron, optaron por vivir sólo de la opresión servil de los indígenas. Con ello quedaba asegurada una larga fase de decadencia que, hacia los años 60, no sólo se expresaba en los rezagados indicadores económicos y sociales de la región sino, además, en el deterioro de su clase dominante. El resultado vino a ser la lenta generación de un vacío en el poder local.
Por otra parte, en el Perú una de las principales vías hacia el progreso de la gente es la educación, y su importancia tenía que ser aún mayor en un panorama tan deprimido como el ayacuchano. De hecho ya era una reivindicación particularmente sentida hacia fines de los 50, cuando ocurre el acontecimiento señalado como decisivo para la historia reciente de Ayacucho: la reapertura de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga.
La Universidad, al dinamizar el decadente escenario ayacuchano no sólo en el plano cultural sino también en el económico y social, reforzó el vínculo entre educación y progreso en la percepción popular. Pero, además, su creciente gravitación en la vida local llevó al quiebre definitivo de la ya desvencijada estructura del poder señorial; al mismo tiempo, con su activa participación en la organización popular, como fue el caso del Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho, la universidad comenzó a llenar el vacío que ese quiebre consumaba: una élite dirigente proveniente de sus claustros comenzó, en ese espacio, a constituirse en un virtual contrapoder. En esa élite, según CID, germinaba la llamada “fracción roja” que, años después, se convertiría en el PCP-Sendero Luminoso.
En este contexto, y a raíz de un incidente motivado por la aplicación del D.S. 006, en Huanta se desencadena el movimiento que luego se extiende a Huamanga. CID lo reconstruye mediante el uso de cronologías para los dos lugares y luego expone lo que a su juicio salió a relucir con los acontecimientos: la brecha entre el Perú oficial y la región ayacuchana, con incomprensión desde un lado y desconfianza desde el otro; la ilegitimidad y extrema debilidad de los poderes locales; la facilidad con la que una reivindicación, sobre todo si es campesina, se convierte en confrontación gracias a una legalidad estatal casi impermeable; las tendencias, en el núcleo más politizado del movimiento, la “fracción roja”, a percibir sólo el lado coercitivo y violento del Estado y a exagerar el recurso a la clandestinidad.
En los capítulos siguientes, el autor hace el perfil de los actores sociales involucrados en el movimiento. Contrasta el carácter campesino del mismo en Huanta y el tono fuertemente urbano-barrial en Huamanga. Muestra cómo la historia de los movimientos campesinos de Huanta o de los urbanos en Huamanga mostraba a esta región como intermitentemente violenta. Destaca, también, el papel de los asesores legales como Mario Cavalcanti en la organización campesina y el rol de los universitarios en la organización barrial de la ciudad.
En cuanto a los estudiantes, subraya su intenso activismo, su independencia en la relación con los otros sectores y su inclinación a las actitudes radicales, que también es observada entre las mujeres involucradas en el movimiento. Esta parte culmina con capítulos en que se alude a la impotencia casi absoluta de los opositores locales al movimiento, incluido el clero, y al papel negociador de los sectores medios.
La última parte está dedicada íntegramente a Sendero Luminoso. CID describe a grandes rasgos el recorrido histórico e ideológico de este grupo, señalando como los dos momentos definitorios en su trayectoria a aquél en que se constituye en organización independiente y, sobre todo, a aquél en que decide iniciar la lucha armada. En este último momento, luego de casi una década de progresivo distanciamiento del resto de la izquierda y de los movimientos sociales en base a ir extremando algunas tesis del maoísmo, Sendero Luminoso da el salto decisivo. Se trata, a la vez, de una mutación y de una ruptura de puentes en el plano ideológico. El resultado es un conjunto de planteamientos que lo diferencian de cualquier organización de la izquierda por afirmar que:
– El partido lo decide todo.
– La violencia es la esencia de la revolución.
– La guerra es la tarea principal.
Con estas tesis Sendero Luminoso constituye una suerte de fundamentalismo laico expresado, principalmente, en una fe sin fisuras, alrededor de ciertas ideas que dictan cómo cambiar absolutamente todo.
El trabajo concluye con un esfuerzo para mostrar cómo influyó el escenario regional en los procesos que definieron el perfil de Sendero Luminoso: señala que en el primer proceso, de cohesión interna, interviene tanto una ideologización extrema como un mecanismo de solidaridad étnico-regional. Lo primero funciona sobre todo para la dirección y los cuadros principales, y la desmesurada valoración de la ideología reflejaría la experiencia del grupo intelectual formado en una región donde el agente modernizador fue antes que nada ideológico: la universidad. Lo segundo funciona sobre todo en la base senderista, expresando el sentimiento de un sector serrano y de clase media, empujado a la cohesión por su inadecuación al mundo indígena y por su marginación en el criollo.
El proceso de cerrazón del movimiento expresaría las tradiciones endogámicas y las tendencias hostiles a los foráneos propias de la región. Finalmente, el proceso de imposición al resto de la sociedad a través de una propuesta autoritaria y sumamente jerarquizada expresaría la tradicional relación vertical entre mistis e indígenas. “Sendero Luminoso constituye una nueva forma de ser misti”, sentencia el autor.
Este es apenas un apretado resumen de un trabajo que, en un sentido general, cumple con su objetivo de explicar por qué pudo surgir un movimiento como Sendero Luminoso en Ayacucho.
La tesis básica encuentra su veta explicativa en la coincidencia, a fines de los 60, de varios elementos: un conflictivo desencuentro entre Ayacucho y el Estado a lo largo de las décadas precedentes; un grupo de intelectuales y estudiantes provincianos que ya no están en la decadente sociedad andina tradicional y tampoco en el marginador mundo criollo; una experiencia, como la de junio del 69, en que esta generación se une a los campesinos y a los pobladores urbanos; y la “fracción roja”, portadora de un marxismo a la manera de ciencia omniexplicativa y de culto a la confrontación. La universidad es el elemento que cataliza a todos los demás, y Abimael Guzmán el alquimista moderno que, a lo largo de los 70, trabajará todo ese material hasta producir a Sendero Luminoso.
El libro, por tanto, lleva implícita una discrepancia con otras ideas acerca de SL, que lo presentan como la expresión política de la combinación entre marxismo y mitos andinos. Su frase acerca de los senderistas es, en relación a esto, lapidaria. Pero el reciente fenómeno de la expansión de las rondas campesinas antisenderistas, incluso en las llamadas zonas rojas, parecería confirmarla en algún sentido.
La trama del libro, sin embargo, pierde algo de consistencia cuando pretende mostrar la influencia del medio regional en algunas peculiaridades de SL. La cohesión y la cerrazón, por ejemplo, posiblemente tengan una relación más directa con ciertas percepciones y decisiones políticas que con las características regionales. Recordemos que la “fracción roja” formaba parte de una corriente que veía como un régimen fascista al gobierno militar, y que, como todo maoísmo, predicaba intensamente la guerra popular. Por lo tanto, la necesidad de una organización compacta y hermética caía por su propio peso. Como el mismo CID lo advierte: una “paranoia funcional”. Más convincente resulta el vínculo entre los rasgos autoritarios del grupo y el tradicional verticalismo en el trato de los mestizos hacia los indígenas.
Esa misma trama, por otro lado, deja varios hilos sueltos, posiblemente porque su desarrollo escapaba a los objetivos del libro, pero que bosquejan algunos importantes rasgos de nuestro país. Por ejemplo, la importancia atribuida a la educación en las provincias andinas, sobre todo entre sus estratos más pobres; o esa característica de los movimientos populares que, al gestionar la solución a sus demandas, buscan la interlocución y la negociación con el Estado aún en los momentos de más dura confrontación. No menos importante es ese ritual presente en casi todos los estallidos sociales: medida estatal, rechazo popular, reacción violenta del Estado, generalización del movimiento, y fin del movimiento con represión aún mayor. Sendero Luminoso, digo, quizá vio a su estrategia como la única viable para terminar con este ritual.
No podemos dejar de mencionar la habilidad y la sensibilidad del autor para enhebrar una exposición que no decae nunca en amenidad y para detectar anécdotas reveladoras del ambiente social y cultural que trata de trasmitir. Notables son las referencias a las campesinas de Pomacocha echando a los seminaristas en una disputa por tierras; o la guerra de comunicados entre los alumnos movilizados y las alumnas de un colegio religioso de Huanta, o aquello de “ustedes son marxistas… pero huantinos”. O también el banquete al Arzobispo en donde el invitado de honor es el Jefe Militar de la Plaza a escasos días de haberse producido la sangrienta represión al movimiento. Episodios, algunos de humor, la mayoría de violencia, que bien podrían formar parte de alguna obra de la literatura real maravillosa.
Finalmente no deja de ser sobrecogedor el hecho siguiente: Algunos de los principales materiales que sirvieron a CID para su excelente trabajo fueron elaborados por protagonistas del movimiento de junio del 69; ellos fueron asesinados, en años recientes, por individuos presumiblemente vinculados a las fuerzas del orden. La contienda que enfrenta a los aparatos de la guerra deja sus huellas de muerte hasta en las fuentes de investigación.
Carlos Reyna
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