Ficha de la pieza
- Fecha de publicación: 2008
- Páginas: 2
- Lugar de publicación: Lima, Perú
- ISSN: 0015-0002
- ISSN-e: 2709-5649
Texto íntegro
PARA QUÉ SIRVE UNA COLECCIÓN EDITORIAL¹
Laura Lecuona
Lo que está en juego es el deseo furioso del ser humano de vencer
la condición efímera de las cosas cuando las experimenta aisladas
en el tiempo. Un botón por aquí, un caracol de mar por allá,
una minúscula cazuela extraviada en los años, ¿qué significan?
En cambio, enmarcadas en un conjunto adquieren sentido,
ofrecen la ilusión de que, pese al flujo incesante de la vida,
algo podemos controlar.
Berta Hiriart
Una colección, define Berta Hiriart en su ensayo Colección de colecciones (México, Paidós, 2002), es el acopio intencional y amoroso de objetos de una misma especie, mientras que coleccionar es un ejercicio de observación y búsqueda. Si algún paralelismo hay entre el editor responsable de armar una colección de libros y el aficionado que, sin otro objetivo que calmar la sed de acopio, acumula y atesora timbres postales o barcas a escala a lo largo de su vida, es ese: el editor observa y busca, de preferencia con cierta entrega apasionada a su trabajo, obras que puedan formar parte de una misma serie con características definidas. En esta búsqueda, encuentra, impone o crea una relación entre obras distintas entre sí. Observa lo que hay común entre ellas o, bien, al agruparlas en un conjunto, él mismo, con su activa intervención, hace que lleguen a tener algo en común, algo que no necesariamente está dado de antemano o no es evidente a primera vista.
«En todo coleccionista
(o, añado, en todo editor)
predomina una mirada.
Es esta la que convierte
cualquier objeto… en algo
digno de coleccionar».
En efecto, la relación entre los libros que conforman una colección no siempre es obvia, muchas veces es solo la intención del editor lo que los vuelve parte de un mismo conjunto más o menos uniforme. De nuevo nos ilustra Berta Hiriart: en todo coleccionista (o, añado, en todo editor) «predomina una mirada. Es esta la que convierte cualquier objeto… en algo digno de coleccionar. Se trata de una mirada que considera las cosas no como posibles fragmentos de una cierta totalidad constituida con criterios únicos».
Qué pueden tener en común los libros de una colección, qué criterios se emplean para ordenarlos y juntarlos y hacer que formen una sola totalidad, es algo abierto que le da al editor mucha libertad para crear nuevas series. Puede ser algo aparentemente obvio o natural, como la disciplina, el género o el tema, el lugar que las obras ocupan en el canon literario, la edad o la preparación de los lectores destinatarios. Puede ser algo tan aleatorio como el tamaño de la letra con que estén formados los libros, su precio o extensión. Puede ser algo tan ajeno a lo literario como la edad, el sexo o la nacionalidad de los escritores. Eso sí, una vez que se han definido esos criterios, es importante respetarlos a toda costa. De lo contrario se pone en riesgo la fidelidad y la constancia de nuestro lector ideal: ese que persigue y compra los libros de la colección por el solo hecho de que pertenecen precisamente a esta que a él tanto le gusta e interesa.
Tener los libros ordenados por colecciones otorga una valiosa ayuda al editor para enfocar su búsqueda de nuevas obras a publicar y para armar su programa de producción. El universo de obras a su disposición, o de obras posibles aún no escritas, se reduce a un tamaño finito y manejable. Al mismo tiempo, le facilita tener el catálogo organizado temáticamente y le permite dar a su oferta cierta congruencia, emitir un mensaje al público pendiente de sus lanzamientos. De hecho, cada colección es como una minieditorial en sí misma: cada una tiene ciertas finalidades y cierto perfil, asume cierto compromiso, se va configurando con cierto sistema, se alimenta con cierto ritmo.
Desde luego, esta disposición de los libros en colecciones también acarrea indudables ventajas a los lectores, sobre todo a los golosos, insaciables y aventureros. Cada colección es una recomendación implícita que nos hace amigo lector invisible tras bambalinas, al que se concede cierta autoridad, que es la figura del editor. «¿Te gustó esta biografía de Carson McCullers? ¡Ah, mirá!, también en esta colección tengo la de Jane Bowles, posiblemente te interesará». «Si este libro de divulgación científica te despertó inquietudes, revisa esta lista de varias obras pensadas para lectores con tu perfil». «¿Disfrutaste Orgullo y prejuicio en este formato pequeño y elegante? Entonces Sentido y sensibilidad lo tienes que comprar en esta misma serie».
El lector de novela contemporánea, deseoso de descubrir nuevos autores o escritores poco conocidos, se habrá dado cuenta de que el amarillo Panorama de Narrativas de Anagrama o las negras Andanzas de Tusquets son las apuestas más seguras, las que mejor garantizan que no se verá defraudado. En los años ochenta, la adolescente aficionada a la literatura fantástica y de terror se emocionaba cada vez que aparecía en la mesa de novedades un nuevo volumen azul en pasta dura de la exquisita colección El Ojo sin Párpado, de la Editorial Siruela. El estudiante de Filosofía o de Literatura Grecolatina sabe bien que la Biblioteca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana y la Biblioteca Clásica Gredos ofrecen las traducciones más fiables, pero si se trata de subrayar el Parménides de Platón para citarlo en el trabajo de historia de la filosofía o leerlo en el trolleybus, tal vez sea más recomendable el volumen de Iniciación Filosófica de Aguilar, que se puede maltratar y deshojar sin remordimiento. Si alguien no quiere gastar mucho en La madre naturaleza de Emilia Pardo Bazán comprará el volumen de Sepan cuántos en Porrúa; pero si le interesa una edición bien cuidada, más el complemento de un aparato crítico y una larga introducción, mejor se esperará hasta conseguirlo en Letras Hispánicas de Cátedra.
Si un editor asume plenamente ese compromiso tácito que adquiere frente a los compradores de su colección y si tiene siempre presente su propia faceta de visitante de librerías ansioso por llevarse a casa nuevas lecturas, tendrá mayores probabilidades de dar en el blanco y conseguir la aceptación de ese lector fiel e ideal.
Está de moda preguntar qué pueden hacer los editores para fomentar la lectura (como si publicar libros y colocarlos en las librerías no fuese de suyo una tarea suficientemente importante encaminada a ese fin!). Pues bien, otra respuesta posible es recordar este papel del editor, también desempeñado por el maestro, el crítico literario, el reseñista y, en ocasiones (cada vez más escasas), el librero, como orientador de lecturas. Una colección es toda una propuesta cultural en marcha. Una colección bien armada dará cauce a la avidez de más de un lector que se aficione a ella y le proporcionará libros y lecturas para rato.
¹ Extraído de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica. N° 43, México D.F., mayo 2005, pp. 2-3.
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