Nacionalismo verdadero y nacionalismo mentiroso

📘 Ficha de la pieza

Nacionalismo verdadero y nacionalismo mentiroso
👤 Manuel A. SeoaneAutor
Ensayos
📚 Forma parte de:
  • Fecha de publicación: Diciembre de 1926
  • Páginas: 1
  • Lugar de publicación: Lima, Perú

📝 Texto íntegro

Nacionalismo verdadero y Nacionalismo mentiroso

POR MANUEL A. SEOANE

¿Se puede especificar y analizar claramente todos los estados y salidas que en la química del espíritu colectivo dan el precipitado nacionalista?

El observador atento y minucioso bien pronto descubre que, bajo el denominador común de “nacionalistas”, se afilian los más divergentes y varios contenidos espirituales.

Soy de los que creen que la presente hora del mundo es una hora de nacionalismo, pero no de un nacionalismo negativo, declamador y estéril, sino de un nacionalismo positivo, realista y fecundo.

Distinta clase de trabas,—la del espacio en segundo término—impiden desarrollarse íntegramente, por un derecho casi de exposición, el concepto de un nacionalismo integral. Seguiré pues, por ahora, la senda negativa de la crítica.

Frente al concepto del nacionalismo unánime, presto a evolucionar perfeccionándose, de posibilidades actuales, frente al concepto viviente en los mejores, por decirlo así, conviven sus dos derivaciones opuestas y antagónicas: el internacionalismo y el patriotismo.

El internacionalismo—en sus manifestaciones específicas—es un mecanicismo relativo, como el “panamericanismo”, el “latinismo”—carece de base sentimental, de apoyo en la realidad, de fuerza vivificadora y no es sino una abstracción puramente cerebral.

La conciencia del hombre contemporáneo, no desarrollada aún hacia todos los confines de la cultura, carece de sensibilidad universal. Presentemente, ni aún en el más rígido y cerebral internacionalista absoluto, desaparecen ciertas fronteras inconscientes que lo separan, por prejuicios de raza o cultura, de ciertas zonas humanas.

Creo que cuando el mundo avance y desaparezca el actual proceso de regionalismo político, subsistirá, durante mucho tiempo, cierto “regionalismo” espiritual, como acontece con los judíos, pueblo sin unión política pero con fuerte trabazón racial, con exaltado “regionalismo” étnico, a pesar de ser este pueblo el inventor de la primera concepción ecuménica: un Dios universal.

Pero si el internacionalismo absoluto viene a ser inconsistente y ficticio, hay otro que, apoyándose en causas palpables e inmediatas, puede convertirse en realidad. A esta categoría pertenece el movimiento prodigiosamente bautizado que tiende a unir, ampliando la concepción bolivariana, las naciones de Centro y Sudamérica y que es, en verdad, un movimiento de nacionalismo continental, como ya lo han bautizado sus inspiradores argentinos.

Este nacionalismo continental, que ahora tiene un claro programa de acción, tropieza para su desenvolvimiento con los varios regionalismos políticos, que vienen a ser sus formas correspondientes en grado inferior.

Los esfuerzos de los buenos y auténticos nacionalistas deben orientarse hacia la necesidad de purificar el concepto de patriotismo, librándolo de toda venda sentimental, proveyéndolo de contenido lógico y fecundante, desterrándolo de un pasadismo estático e impulsándolo, mediante la renovación perenne, hacia un porvenir mejor.

Actualmente prima un concepto simplista, cardiaco e inconsistente de lo que es patriotismo. Es un concepto rudimentario, que se debe hacer evolucionar, perfeccionándolo desde su forma primitiva de simple emoción hasta convertirlo en energía útil a la sociedad.

¿Ocurre esto acaso?

No. Duele constatarlo, pero muchos espíritus sinceramente patriotas carecen de una visión integral de las causas por las que debe correr esa fuerza motriz y purificadora del nacionalismo.

Dos sucesos recientes me hablaron al espíritu de esta desorientación. Uno de ellos fué el fracaso sufrido por una colecta pública, verificada en la Argentina, para adquirir la casa en que murió San Martín, lo cual es una forma simpática de rendirle homenaje a quien fué motor de evolución en una época vacilante solo parcialmente. El público no respondió a este llamado, que carecía de fuerza actual, aportando en cambio, entusiastamente, sumas considerables para premiar el raid—tortuguismo aero—que realizaron Dugan y Olivero.

La otra causa a que hago referencia es la frecuente respuesta que escucho de labios de ciertos peruanos, los que, cuando son interrogados por su nacionalidad, responden: “peruanos, pero limeños”, como queriendo defenderse de los implícitos “cargos” de “serrano”, “cholo” e “indio”, en los que una fácil ignorancia suele catalogar a todos los nacionales en el Perú.

Es de preguntarse entonces, en qué consiste, para estas personas, el vínculo nacionalista. O sea renovar la pregunta, que encabeza este artículo.

Lo cierto es que, urgido por la necesidad de un análisis que lo purifique, que lo haga práctico y útil, el debate nacionalismo de la mayoría sólo sirve de fácil plataforma a los demagogos de la reacción, de cómodo estímulo a los manipuladores de un sentimentalismo tanto más respetable cuanto más irracional, al igual que, por el extremo opuesto, los internacionalistas absolutos desvían el descontento popular—que por ser beligerante y activo debe hacerse fecundo—hacia estériles abstracciones declamatorias y huecas que se olvidan con el primer traspiés de realidad.

¿Existe un fuerte sentido de peruanidad en los presuntos cinco millones de habitantes del Perú?

No. El gran lazo nacional, que solo une a los criollos, es de origen sentimental, hecho dogma antes de ser analizado. Carecemos de una profunda conciencia colectiva, enderezada a resolver nuestros problemas auténticos. Más claramente, carecemos de sentido nacionalista.

El verdadero nacionalismo, que es preocupación honrada por lo propio y que no implica odio a todo lo extraño, sino adhesión cooperadora a un gran fin internacional, no ha arraigado en el Perú. Ese nacionalismo, ese patriotismo, se habría identificado con un ideal de justicia que estamos muy lejos de palpar. Ese nacionalismo, ese patriotismo habría conducido a la ciudadana conservación de nuestra verdadera riqueza natural, librándola—sin odio, pero con energía—de la codicia peligrosa de los verdaderamente extraños a nosotros.

Ese patriotismo, ese nacionalismo, exigen, no solo la solución justiciera de nuestros problemas interiores y exteriores, la gradación de importancia, sino el cuidado celoso de las fuentes naturales de riqueza, del patrimonio común, que es la tierra y la hacienda fiscal. Mientras allá nacional, por creernos y circunstanciales modificables, y mientras esa preocupación nacionalista no intente reivindicación, ellos no pasarán de ser sino unas mentiras más en el vasto repertorio de las falsas ideas circulantes.

Buenos Aires, octubre de 1926.

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