El poeta de los ojos dorados

📘 Ficha de la pieza

El poeta de los ojos dorados
👤 Ángela RamosAutor
Artículos de revista
📚 Forma parte de:
  • Fecha de publicación: Diciembre de 1926
  • Páginas: 1
  • Lugar de publicación: Lima, Perú

📝 Texto íntegro

EL POETA DE LOS OJOS DORADOS

POR ANGELA RAMOS

En todo hombre se esconde un poeta y un tirano; hasta en éste que tenía los ojos dorados y fosforescentes, iguales a las alas de ciertas mariposas que ya no se ven porque las inglesas coleccionistas van terminando con la especie.

Este hombre de los ojos dorados tenía el poeta en el cerebro y el tirano en el estómago; pero lo primero que yo descubrí en él fué el poeta, aunque su poesía no dijo nada a mi emoción. Se “declaró” en unos versos que voy a tener la mala fe de copiar:

Diste vuelta a la llave
eléctrica de tu mirada,
se rompieron los cordeles
de mis nervios…..
cayó al suelo el B. V. D.
de mis ansias…..
y ahora voy desnudo
y envuelto en tu mirada.

Yo era una mujer débil y cursi como todas las demás, más con una almita tenue y azulada en la que todavía quedaban rezagos del convento —la dulzura de los cánticos celestiales y la vaguedad en espiral del incienso—. Y así como hay mujeres a las que sólo las dominan los galones y el bigotito de un alférez, hay otras que caen con un soneto.

Me enamoré hasta la imbecilidad y nos casamos. ¿Cómo contar aquí sin ponerme ñoña o picaresca, las melodías de la luna de miel? ¡Callándome!

Yo soy tan vibrante como la estación de la O. A. X., pero —a decir verdad— a los tres días de bodas creí que no me había casado sino que había cometido la travesura de comprarme unas cajas de manjarblanco en la Gastronomía (Mantas 139 — S. 1.50 caja) que devoraba encerrada a espaldas de papá y mamá.

Así como entre la multitud hay un momento de desborde en el que aparece una bailarina de piernas elásticas y todos se sienten machos, o en el que surge un jefe de Estado —El Hombre— y todo se sienten caballos, descienden el coche y parten en vertiginosa carrera; así se sintió mi poeta al quitarme de mi coche de futura cenicienta el caballito blanco de mi fantasía, cargó conmigo durante tres días por la diminuta casa, mientras yo colgaba a su cuello el cascabel de mi risa y fustigaba su carne con mis besos.

Todo pasa. El rey David tenía esta frase en una sortija y yo mujer futurista —la mandé bordar en mis pijamas para consolarme—: Pasaron los besos ardientes, las mentidas promesas, las palabras falsas. Y quedé escueta, paseándose por la estancia antes tibia de besos, una escritora buena diría “otra tibia de besos”; pero yo soy una escritora mala aunque no una mala escritora, y digo las cosas como me da la gana) el fantasma de la realidad.

Mujeres! advierto que no es una proclama.

Desconfiad mucho de los hombres que ponen nombre, su corazón y su lira a vuestras plantas, porque luego al día en que pondrán las plantas en vuestras caras, no pagarán con sus manos. Bastaj sino para pedirnos que les lustréis los chusos.

El poeta que tenía los ojos dorados, el corazón en almíbar y hacia versos futuristas, escondió como los prestidigitadores todos los trucos para engañar bobos, hasta el bastón de seda azul y el gorro de fakir con que recitaba a Rubén, y puso un horario igual a los de las fábricas y las estaciones en el que se estampaban sus necesidades:

Despertarme 2 p. m.
Baño tibio 2 1/2 a 4 2
Almuerzo 3
Comida (a la hora que telefonee).

¡Qué pronto se descubren los hombres! Las mujeres esconden las uñas durante más tiempo, siquiera hasta que se acostumbren a nosotros y les cueste trabajo abandonarnos.

Comencé por examinar a los maridos de mis amigas y todos eran iguales. Hasta el “compañero” de la cocinera era igual; todos, además de exigir sus colleras de detallado y otras cosas, piden más o menos esto:

Medias, martes y sábado
Camisa domingos y días feriados
B. V. D. todos los sábados.

Mi marido se diferenciaba del dentista y del cobrador del Banco, en que se cambiaba las medias un día sí y otro no; el B. V. D. dos veces por semana y las camisas de seda el domingo. Los días corrientes llevaba camisa de céfiro a rayas y cuando se le ensuciaban los puños les daba vuelta.

Dócil a la tiranía del baño, del almuerzo y de las camisas, terminé por reemplazar a la cocinera y a la lavandera en las grandes solemnidades. Así, cuando era su cumpleaños me tocaba deshuesar el pollo y preparar la mayonesa y cuando tenía comida con sus amigos, planchaba las camisas.

Yo debía tener la cara de resignación estúpida con que representan en antiguos estampados cromos a la Virgen de los Siete Dolores. Y mientras mayor era mi resignación, subía la marea de sus exigencias: de fregona de adorno, pasó a ser fregona obligatoria. Ahora exigía medias limpias y me enviaba todos los días y en cuanto a camisas era más tirano que Mussolini, porque éste se conforma con su camisa negra.

Un día —el último de esta historia— quiso salir hermoso con Rodolfo Valentino y me falló la camisa. Se puso solemne, se puso más trágico que cuando declamaba. Pasó un diputado a la hora de pedir un reloj para la plaza de su pueblo.

Todos tenemos (hablo de los seres inteligentes) una salvajada que nos saca a flote en las horas desesperadas. Yo tenía un salvajada de humorismo insospechado. Al verle los ojos encandilados, las manos crispadas, el gesto agresivo y los rizos sobre la frente, no tan sólo me desmoroné de risa sino que le dije con mucha guasa:

—Vean al Príncipe de Gales.

———

Dos días después, viendo que el poeta de los ojos dorados no aparecía por casa, no lloré ni me tiré el cabello como las damas antiguas. Yo soy mujer moderna que baila el “charleston” (esa danza terrible que es como si se pegara un papel con miel en el taco, lo quisieras sacar en el otro pie y se quedara, así hasta el delirio, hasta la epilepsia) va al cine y frecuenta la opereta. Conseguí un hombre terrible, un hombre corrosivo como el ácido muriático y comprendí entonces lo que vale un amante sobre un marido y establecí esta fórmula:

Un amante es un hombre que se conforma con todo.
Un amante es una mujer que no se conforma con nada.

¿Y mi marido? me preguntarán aquellos a quienes les gustan las anécdotas hasta el final.

Hizo todo lo que hacen los maridos en estos trances. Cada vez que se encontraba con algún amigo, hacía la víctima y decía que yo era una… Una palabra bastante conocida y que se estampara en las revistas del siglo XXI, pero que ustedes que viven con un siglo de adelanto la adivinan.

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